viernes, 29 de julio de 2011

Ese sencillo festín de los sentidos
















Cuando vivía en Paris, en un departamento de 52 metros cuadrados, no hacía las compras semanalmente. ¿El motivo? Mi heladera era una de esas que están en las habitaciones de los hoteles de muchas estrellas. Las de los tentadores frigo bar. Pequeñita y poco cabedora. Por lo que debía hacer las compras cada dos o tres días y no estoquear.
Ese asunto me llevó a visitar asiduamente los mercados al aire libre. Los puestos de la calle que ofrecen verduras, frutas, quesos y carnes exhibidos "al fresco". Y me enamoré de esa manera antigua y pueblerina de hacer las compras.
Iba con el cochecito de mi hija mayor, y con ella adentro iba metiendo la bolsita de los duraznos y las peras, la de los tomates y zanahorias, el paquete de quesos y nueces, y alguna que otra delicattessen dulce para coronar ese sencillo festín de los sentidos.
Los años pasaron. Los hijos crecieron y se multiplicaron. El destino me devolvió a la querida Buenos Aires y sucumbí a los super, hiper, gigantes mercados cerrados y en cadena.
Extraño esos paseos a la Rue de Levis, los puestos, los olores entremezclados, la diversidad de personas y sus changuitos, el ritmo lento de elegir las manzanas de a una y las nueces de a puñados.
Por eso, cada vez que puedo me hago una escapada al Delta, al Puerto de Frutos, donde a pesar de que los frutos escasean mientras se multiplican los objetos de decoración, el paseo mantiene el encanto de los antiguos mercados.
Y siempre vuelvo de esa pequeña escapada con mi bolsita de nueces pecan, las mandarinas más jugosas y los tomates más rojos y sabrosos.

miércoles, 27 de julio de 2011

Ese espacio vacío



















Cuando alguien se va de nuestro lado, sea por muerte, por destierro, por cansancio, por enojo, por traición, por resignación, por desaparición o porque simplemente se cumplió un ciclo (eso es lo último en lo que pensamos cuando sucede...) queda un espacio vacío. Un hueco en el corazón. Una hendidura que duele y que no hace más que recordarnos que aquél que hasta hace poco estaba, ya no está.
Se nos enseña desde chiquitos que a los espacios en blanco hay que rellenarlos. Con colores, con trazos firmes, con lineas y garabatos, con palabras... El fondo blanco debe ser cubierto para que no se note lo desnuda que es la existencia.
El silencio debe ser evitado con palabras, aunque no estemos diciendo nada de importancia.
Cubrir, esa es la cuestión.
Cuando el corazón se destempla queremos abrigarlo. Pronto. No sea que una helada lo petrifique y deje de latir.
Cuando sentimos una herida en carne viva queremos operarla sin demora. Una sutura por aquí, que ya no sangre, gasas para taparla. Una mordaza esterilizada para no oír el llanto desgarrador....
No soportamos sentir tanto. Y, sin embargo, esa es la ilusión que mueve al amor.
La intensidad la queremos en el sexo, en el enamoramiento, en el deleite y el placer. Pero no en el dolor. A ese hay que atenuarlo, silenciarlo, rebajarle el volúmen hasta que ya no se oiga.
La vida comienza en los espacios vacíos. En la nada. En el silencio más absoluto. Pero luego aprendemos que para vivir hay que escaparle a esos agujeros negros. Huir de los espacios vacíos. Esquivar pozos y abismos.
Cuando alguien se va de nuestro lado se quiebran viejos acuerdos. El otro no cumplió con su promesa. Dejó las cosas sin terminar. Me sumió en un caos imprevisto. Me dejó con palabras en la boca en medio de un silencio atroz.
¿Con qué voy a llenar esta vez ese espacio en blanco?

Victoria Branca

lunes, 25 de julio de 2011

Los pequeños detalles















La diferencia la hacen los detalles. En casi todo.
Se nota, en cualquier ámbito en que se desarrolla la vida, cuando alguien le presta atención a los asuntos pequeños. Esos en los que pocos se fijan. Porque darse cuenta de lo más vistoso, de lo ampuloso, de lo grande, es más fácil. El tamaño se devora la pequeñez de lo que parece insignificante. Pero el percatarse de lo chiquito, de lo que no se ve a simple vista, es un arte.
Nancy Meyers dirige y produce películas. Invierte tiempo, dinero y talento en hacer lo que le gusta. Y lo hace muy bien. Porque además de reflejar etapas de la vida con maestría y humor, pone la lente en esos pequeños detalles que hacen la diferencia.
Las locaciones donde ubica a los personajes, tan parecidos a nosotros que pululamos por la existencia con asuntos presentes y pendientes a cuestas, son tan exquisitas que dan ganas de volver a ver sus películas una y otra vez.
¿Qué películas?
"Alguien tiene que ceder", protagonizada por los maravillosos Diane Keaton, Keanu Reeves y Jack Nicholson,
"El descanso", con Kate Winslet y Cameron Díaz,
y la genial y disparatada "Enamorándome de mi ex", con Meryl Streep y Alec Baldwin.
Vale la pena detenerse en cada uno de los ambientes de las casas de los protagonistas. Y en los mini mercados. Y en los escritorios. Y en los baños.
Y no, no son casas de decorado. Sin ir más lejos, la casa del personaje de Meryl Streep es la verdadera casa de Meyers, en California. Ese cuarto que ven en la foto y que hace de habitación del personaje de Streep, es el de ella.
Pequeño detalle....

martes, 19 de julio de 2011

El Sr. Tumnus y yo


















En este día frío y gris tengo ganas de abrir el ropero de mi abuelo, escabullirme entre sus abrigos y sobretodos y abrirme paso hacia el bosque nevado. Ponerme los auriculares de la foto y mientras escucho Fire & Rain, de James Taylor, encaminarme hacia la cabaña del Sr. Tumnus. Allí tomaremos un chocolate caliente mientras me contará que el mundo real no es éste, en el que yo vivo engañada desde hace años, sino aquél, el de Narnia. El de las brujas blancas y los faunos amistosos. El de los niños valientes y llenos de ideales. El del león que sólo ataca para proteger el reino de la amenaza mortífera de los descreídos. El de las aves que custodian los sueños. El de los roedores que mantienen el suelo fértil y el de las arañas que tejen historias de amor.
Nos sentaremos junto a la chimenea y hablaremos con el corazón abierto y el fuego encendido. Y él dirá que no, que la lluvia fría, destemplada y caprichosa no es capaz de apagar la llama del amor.

Victoria Branca

sábado, 16 de julio de 2011

Autoestima e Identidad


















"La autoestima es una experiencia íntima: es lo que pienso y lo que siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente alguna persona acerca de mí. Mi familia, mi pareja y mis amigos pueden amarme y aún así cabe la posibilidad de que yo no me ame. Mis compañeros de trabajo pueden admirarme y aún así yo me veo como alguien insignificante. Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que engañe a todo el mundo y aún así temblar por mis sentimientos de insuficiencia. Puedo satisfacer las expectativas de otros y aún así fracasar en mi propia vida. Puedo ganar todos los honores y aún así sentir que no he conseguido nada. Millones de personas pueden admirarme y aún así me levanto cada mañana con un doloroso sentimiento de fraude y un vacío interno.
Una autoestima consolidada permite dar curso, dar alas, a lo que se piensa, a lo que se desea, enfrentar dificultades, no ser demasiado influenciable por la mirada de los otros, tener sentido del humor...
Se puede sobrevivir a los fracasos y a las desilusiones, negarse a los abusos, expresar dudas, tolerar cierta soledad, sentirse digno de ser amado y soportar el dejar de ser amado por una persona imaginando que puede haber otra, aunque no haya otra en lo inmediato.
La autoestima consolidada permite expresar temores y flaquezas sin avergonzarse, vincularse con otros significativos sin vigilarlos o ahogarlos, admitirse el derecho de decepcionar o fracasar.
Considerar la autoestima como necesidad básica es reconocer que actúa como el sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos resistencia, fortaleza y capacidad de recuperación."

Luis Hornstein
Autoestima e identidad
Fondo de Cultura Económica

jueves, 14 de julio de 2011

Para animarte a escribir...














A escribir se aprende escribiendo...
Pero si necesitás un empujón para animarte a volcar por escrito todo ese mundo interior que te habita, te recomiendo tres buenos libros acerca de escribir. Suelen estar fuera de circulación pero cuando uno está destinado a toparse con cierto libro, el universo conspira para que el mágico encuentro se produzca.
"Si quieres escribir", de Brenda Ueland.
"Bird by bird", de Anne Lamott.
"Writing down the bones", de Natalie Goldberg.
Y si te resultara difícil encontrarlos por el momento, siempre podés acudir a los inspiradores:
"El camino del artista", de Julia Cameron y "Free play", de Stephen Nachmanovitch.

¡That´s all folks!

miércoles, 13 de julio de 2011

La infelicidad perfecta













"Todo el mundo descubre, tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta. Los momentos que se oponen a la realización de uno y otro límite son de la misma naturaleza: se derivan de nuestra condición humana, que es enemiga de cualquier infinitud. Se opone a ello nuestro eternamente insuficiente conocimiento del futuro; y ello se llama, en un caso, esperanza y en el otro, incertidumbre del mañana. Se oponen a ello las inevitables preocupaciones materiales que, así como emponzoñan cualquier felicidad duradera, de la misma manera apartan nuestra atención continuamente de la desgracia que nos oprime y convierten en fragmentaria, y por lo mismo en soportable, su conciencia."

Primo Levi,
Si esto es un hombre

martes, 12 de julio de 2011

Yo, la que te quiere


















Yo soy tu indómita gacela,
el trueno que rompe la luz sobre tu pecho.
Yo soy el viento desatado en la montaña
y el fulgor concentrado de fuego del ocote.
Yo caliento tus noches,
encendiendo volcanes en mis manos,
mojándote los ojos con el humo de mis cráteres.
Yo he llegado hasta vos vestida de lluvia y de recuerdo
riendo la risa inmutable de los años.
Yo soy el inexplorado camino,
la claridad que rompe la tiniebla.
Yo pongo estrellas entre tu piel y la mía
y te recorro entero,
sendero tras sendero,
descalzando mi amor,
desnudando mi miedo.
Yo soy un nombre que canta y te enamora
desde el otro lado de la luna,
soy la prolongación de tu sonrisa y tu cuerpo.
Yo soy algo que crece,
algo que ríe y llora.
Yo,
la que te quiere.

Gioconda Belli

sábado, 9 de julio de 2011

No hay muerte, hay mudanza
















"El que murió simplemente se nos adelantó.
Porque allá vamos todos.
No hay muerte,
hay mudanza".

Facundo Cabral

¡Hasta pronto Facundo!

viernes, 8 de julio de 2011

Si querés reir... reí














Si quieren rememorar el paso por la primaria, transportarse por un rato al patio del colegio, revivir escenas de un típico día escolar y recordar a aquellos maestros que dejaron su huella en el corazón, no se pierdan el unipersonal de Juan Pablo Geretto: Yo amo a mi maestra normal.
Desde que el actor aparece en escena dándole vida a la "seño", arranca carcajadas que no se acaban hasta que la obra termina.
¡Apúrense a sacar entrada antes de que la maestra se vaya a enseñar a otra parte!

jueves, 7 de julio de 2011

No es lo mismo













Estar alienado, que estar alineado.
Hacer poco el bien, que hacer poco y bien.
Vivir a la sombra, que vivir asombrado.
Generar discordia, que concordar géneros.
Creerse superior, que superar creencias.
Sentirse abatido, que batirse con sentido.
Herir abiertamente, que abrirse a una herida.
Desear consenso, que consensuar deseos.
Sentirse buscado, que buscar sentido.
Sentirse muerto, que morir sintiendo.
Almacenar posesiones, que poseer la propia alma.

Victoria Branca

martes, 5 de julio de 2011

La Caja



















Me arrodillé sobre el escalón de madera. Apoyé mi mejilla sobre la placa agujereada, fría, y comencé a hablar. Él me escuchaba en silencio. Podía verlo, allí dentro, sentado contra la pared de ese receptáculo diminuto. Escondido. A resguardo.
Yo hablaba en voz baja, casi en un susurro. No quería que nadie escuchase mis pecados. Solo él. Aunque eso me daba cierta incomodidad también.
El no decía nada. Respiraba con pausa. Sosegado. Mi respiración era más entrecortada. Superficial. Mis palabras, graves. Lentas. Hondas. En medio de un largo silencio espié por las rendijas de metal. Sus manos estaban unidas sobre la falda negra. Sus ojos permanecían cerrados. Todo era silencio. Afuera, algunas personas rezaban en un murmullo parejo.
Mis últimas palabras aún resonaban en mis oídos. Como si ese habitáculo fuera una caja de música, así rebotaba el sonido de lo que acababa de decir. ¿Sería un pecado mortal? Él no respondió. Sólo bajó la mirada. Yo lo espié. Y luego cerró los ojos. Así estaba mientras yo recorría su silueta con disimulo.
Carraspeó. Abrió los ojos. Miró al techo. ¿Habrá querido ver el cielo? Pero sólo había madera oscura sobre su cabeza, y metal a su alrededor. Él estaba allí dentro. Atrapado. Yo venía de afuera, de ver el cielo, de oler las flores, de andar descalza por el parque.
Él llevaba unos pesados zapatos acordonados, iguales a los de mi abuelo. Bien lustrados. Tenía pies grandes. Ya había escuchado su pisada firme cada vez que avanzaba hacia el altar. Siempre me divertía ver la punta de su calzado asomar por los bordes de su túnica blanca. Luego seguía recorriendo la blancura de su vestido hasta llegar a su cuello: otro lugar desnudo, en libertad. Podía ver los puntitos negros de su barba afeitada. Hasta distinguía, desde lejos, dónde se había cortado al rasurarse. Me imaginaba la sangre chorreando por su piel, al agua aclarando el rojo oscuro, la reacción de sus poros al jabón, y sus manos frotando con suavidad la herida. Imaginaba su rostro frente al espejo y yo, del otro lado, enfrentando su mirada. Dejándome penetrar por sus ojos recién abiertos mientras le devolvía el reflejo de su humanidad. Y suspiraba, mientras él se mostraba como Dios lo trajo al mundo: sin túnica, sin zapatos, sin toalla.

Todo era silencio, salvo dentro de mí. Un tumulto de voces, de gritos, de suspiros...todos festejaban mi descuido en el tiempo. Volví a espiar por las rendijas: tenía las manos sobre su rostro, como si quisiese esconderse aún más.
Dije su nombre. No le dije "Padre". Él bajó sus manos y me miró. A través del metal agujereado nuestros ojos se encontraron por primera vez. Me sonrió. Yo reí nerviosa.
Dijo mi nombre. Salido de su boca fue como si me hubieran bautizado por segunda vez. Me quedé muda. Paralizada. Pero sólo por fuera. Dentro, todo era fiesta, celebración. Hacía tanto tiempo que esperaba ser mirada por él...
Sus ojos eran claros, transparentes. Me miraban a mí. Ya no al techo. A mí.
No dijo nada más. Apoyó su mano sobre el metal para incorporarse. Yo apoyé la mía desde el otro lado. Nuestro dedos se rozaron. Nuestras pieles se tocaron. Fuimos uno por unos segundos. Fuimos uno.

Victoria Branca,
Con los pies desnudos

lunes, 4 de julio de 2011

El invierno en el corazón



















El invierno es la estación fría. La parada donde nadie quiere detenerse, mucho menos bajarse.
En el invierno no hay ramas frondosas donde protegerse de la luz excesiva ni de los rayos incandescentes de alguna verdad. El invierno es así de crudo. Así de frontal.
Ante los ojos helados de Invierno uno no puede más que sentirse desnudo. Vulnerable. Desenmascarado.
El invierno escudriña y arrincona. Hunde su mano despiadada en las raíces y te enrostra lo que durante tanto tiempo no quisiste ver. No cuece a fuego lento ni deja que maceren los frutos; los escupe al ras de la tierra y no se inmuta si perecen a causa del frío y la destemplanza.
El invierno es cruel. Y despiadado. Desdibuja colores y sonrisas. Hace enmudecer a las aves y las aleja de los techos y las ventanas. Hace morir a las flores y exilia a las mariposas. Combate los perfumes y elimina todo rastro de felicidad.
El invierno es estoico y reprimido. Mudo y manipulador. Prepotente y, a la vez, sumamente impotente.
Se jacta de su poderío pero es un emisario. Y aunque pareciera que no tiene corazón, palpita a escondidas y en penumbras.
¿Qué lo hace palpitar, aunque en silencio?
Ella,
la Primavera.

Victoria Branca

sábado, 2 de julio de 2011

Pecados Capitales: 2













Quien se apersona en la góndola de los quesos en el supermercado o en un almacén dedicado a la venta de tales productos non sanctos ya está bien al borde del precipicio del infierno y muy en peligro de entrar.
La tabla de quesos es una tabla de perdición. No os acerquéis si queréis seguir ostentando con estoicismo la bandera del autocontrol y la perseverancia. La voluntad puede verse irreversiblemente debilitada si os lleváis un trozo de este invento endemoniado a la boca.
Queso, vino, uvas turgentes... ¡Vade retro Bacchus satanicus!
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