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Creo en vos, ser humano como yo, que creas cada día un mundo nuevo.
Creo en tu poder y en el mío, que participa del cielo y de la tierra.
Creo en el que es padre por obra y gracia del amor; y creo en la que es madre de espíritu generoso y atento.
Creo en los hijos que vienen al mundo cuando lo desean y se van de nuestro lado cuando menos lo deseamos.
Creo en el corazón del que sufre, que sigue latiendo a pesar de todo.
Creo en las caricias y en el abrazo; en la mirada que desnuda y se desviste sin prisa.
Creo en los besos apasionados que nos resucitan el alma.
Creo en los secretos cuando son conservados, porque maceran en el silencio y la lealtad.
Creo en las lágrimas que mojan la tierra impregnando a las flores de sales y zumos.
Creo en el lecho y el pan compartidos, en las manos que lavan juntas y en las copas que se elevan por los otros.
Creo en las carcajadas que estallan como truenos musicales y contagian a los serios y cabizbajos.
Creo en los atardeceres y en el crepúsculo, pero sobretodo en el brillo de un nuevo amanecer.
Creo en la palabra que sopla en los oídos de los que están despiertos; y en los susurros que rozan con sus labios a los que quisieran morir.
Creo en mis abuelos, que lucharon y resisitieron a los vientos más huracanados.
Creo en mis hijas, que escribirán nuevos capítulos en el libro de la vida.
Creo en los horizontes que nos muestran el rumbo, y en las estrellas que palpitan serenidad desde lo alto.
Creo en la luna, que es femenina y sigilosa; y en el sol, que cobija y da calor.
Creo, sobretodo, en el amor, que con sus pétalos y espinas se clava hondo en el pecho humano, para hacer del agua insulsa el mejor de los vinos.
Victoria Branca