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Hoy se cumplen cinco años desde la muerte de Elisabeth.
A mí me gusta más recordar a la gente que murió en el día de su cumpleaños, pero hoy hago una excepción a mi regla y le dedico este post.
Elisabeth era trilliza.
Hija de estrictos padres suizos alemanes, siempre sintió que no tenía identidad propia. Y que tendría que ganársela de alguna manera.
A los siete años casi muere de una neumonía.
A los nueve ya sabía que iba a ser médica.
A los dieciocho abandona su hogar, luego de una fuerte discusión con su padre, que se oponía a que estudiara medicina.
Se va sola a recorrer los campos de concentración de Polonia (Maidanek). La segunda guerra recién había terminado.
Allí entra en las barracas y, para su sorpresa, descubre que en las paredes había mariposas dibujadas por todos lados. No entenderá su significado hasta muchos años después.
Mientras estudiaba medicina en Zürich, vivía en una pequeña buhardilla en un barrio cercano al lago y trabajaba en un laboratorio para sustentarse.
Durante el último año de carrera conoce al americano Emanuel Ross.
Se casan y parten juntos a New York para hacer la residencia.
Elisabeth se gradúa como psiquiatra y comienza a trabajar con aquellos que "tampoco tenían identidad". Esquizofrénicos, ciegos, niños difíciles...
Hasta que descubre la soledad y el aislamiento de aquellos pacientes al final del pasillo de los que casi nadie se ocupa: los enfermos terminales.
A partir de allí no los abandonará más.
Luego vendrán los seminarios. La nota que la hizo famosa en la revista Life.
Los libros. Los talleres. Los hijos.
Y también las pérdidas. Los exilios. La separación. El rechazo.
"Valió la pena", me dijo cuando fui a visitarla a su casa de Scottsdale, Arizona, en Agosto del 2001. "Y volvería a hacerlo todo igual".
Almorzamos y pasamos el resto de la tarde juntas. Ella, tendida en su cama (tenía el lado izquierdo del cuerpo paralizado luego de un ACV) y yo sentada en una silla a su lado.
Hablamos de tantas cosas...
Pero hay una que recuerdo con mayor intensidad y no pienso olvidar nunca.
Cuando le pedí que me diera un consejo, antes de irme a tomar el avión de regreso a Buenos Aires, me dijo poniéndose una mano en el corazón:
"Tenés que confiar en todo lo que viene de acá. Si lo sentís verdadero desde allí, lo es. Seguí siempre lo que esto te diga."
Nos despedimos con un beso y un abrazo.
Y yo me fui volando, como una mariposa.
Victoria BrancaPD: A Elisabeth le encantaban las mariposas y también los atrapasueños. No podía haber encontrado una foto mejor. Salvo la de un ET, que también le encantaba.