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En Bath, Inglaterra, existe un pequeño paraíso.
Sobre la calle paralela a la principal, donde abundan los locales comerciales y la horda de gente que los frecuenta, se esconde un refugio para la lectura.
Es la librería de Mr B.
Tiene dos pisos. El de abajo se parece a una librería cómún.
El de arriba, ¡ah! esa es la antesala del Edén.
Hay libros apoyados por todos los rincones. No sólo en sus estantes, sino sobre sillas y mesas, generosamente expuestos para que los recién llegados los toquen y los abran sin miedo.
No hay empleados fizgones ni malhumorados, tan sólo libros y libros y más libros dispuestos a ser hojeados por la avidez de las manos.
Un discreto y luminoso living ofrece dos sillones para la lectura, junto a una bandeja de café recién hecho y un tarro de vidrio con galletitas caseras.
Sí, gratis. ¿Por qué habríamos de cobrarlo? En el paraíso todo es dádiva... -Imagino que contesta el St Peter que está detrás del mostrador.
Aturdida por sentir que tengo todo ese lugar a mi entera disposición (no hay nadie a esa hora del mediodía) elijo unos diez libros y los apilo entre mis brazos.
Me ubico en el sillón que más me gusta (el verde) y apoyo los libros en la mesa de arrime.
Abro el tarro de galletitas y saco una. Miro a mis costados para confirmar que no, no estoy robando, y me instalo en el sillón con la intención de quedarme un buen rato ahí.
Hojeo un libro de Borges en inglés. Uno de Manguel sobre la lectura. Otro de mariposas del mundo. Uno que se llama "Life lessons", pero que no es el de Elisabeth. Una guía de Praga. Uno de Tennyson. Otro de Jane Austen...
Ya hace una hora que leo y hago asociaciones libres. Bien libres.
Se acerca el fin de la terapia. De la "biblioterapia", como reza el pizarrón que tengo frente a mí.
No, no les debo nada a mis terapeutas, los libros. O, más bien, se los debo todo.