
¿En qué consiste el éxito de una terapia psicológica?
¿En el tipo de enfoque utilizado? ¿En el uso de técnicas y dinámicas pertinentes? ¿En la eficacia de ciertas intervenciones verbales? ¿En el modo en que el terapeuta conduce la sesión?
¿Se debe a la trayectoria y reconocimiento de quien dirige e interpela? ¿A la idoneidad del profesional? ¿A la simpatía que provoca quien consulta?
El alma (
psique en griego) se despliega de múltiples maneras. Y se esconde, también, de variados modos.
Acceder a una terapia es aceptar que el alma, tarde o temprano, será invitada a salir a escena. Que los múltiples disfraces que utilizamos para enmascararla y ocultarla deberán colgarse en el perchero durante un rato.
Elegir un terapeuta para que oficie de guía mientras dura la sesión, es decirle en voz muy baja: "No me es fácil despojarme de este abrigo, aprendí a caminar toda la vida con él, pero por alguna razón me pesa y quiero saber cómo se siente andar por la vida más liviano."
Desvestirse es un acto íntimo. Desnudarse implica mayor intimidad.
En inglés, intimidad se dice "Intimacy" (
Into me see)
Existe intimidad cuando uno es capaz de ver a través de esas capas que abrigan (y muchas veces sofocan) al alma. Que la mantienen prisionera. Que no le permiten desplegarse en toda su dimensión y belleza.
La intimidad no es algo que se produzca de manera voluntaria. No es algo que yo elija hacer. Es, más bien, lo que yo dejo de entorpecer para que suceda. Aquello a lo que decido no ponerle más obstáculos ni estrategias en mí vínculo con el otro.
Animarse a ser íntimo es un acto de gran coraje. De entrega. De suma confianza.
En una buena terapia existe intimidad.
Y cuando el vínculo logra derribar los muros de la desconfianza y el temor la relación que se logra es sagrada. Y poderosa.
Se establece entonces una conexión profunda y sanadora. Sumamente sanadora. No para uno solo sino para los dos.
Victoria Branca