jueves, 18 de diciembre de 2014

Lo que digo cuando callo...


Estoy perezoza para escribir. Huidiza. O tal vez lenta de palabras. No es que no tenga nada que decir, siempre hay algo para decir, tal vez sea que mis pensamientos se evaporan antes de que lleguen a aterrizar en un texto. O en tierra firme, como las gotas de lluvia que caen meteorizadas desde los cúmulos que aguantan y contienen hasta que ya no pueden más.
Yo no quiero aguantar. Sí contener. La contención es necesaria. Me gusta saberme continente de sentimientos, de ideas, de deseos, y también de palabras. No creo que las palabras quieran salirse pronto de su vaina protectora. De su recipiente contenedor y cobijante. Me gusta que mis palabras se queden ahuecadas ahí, en lo secreto, en el hueco manso del corazón de los asuntos. Y que una vez nutridas, serenas, puras, expresen su verdad sin retoques ni resabios.
Uno es dueño de sus palabras cuando éstas maceran en el fuego lento y pausado de la mansedumbre. Y en el lecho tranquilo del pensamiento corporal. Porque si sólo se piensa con la cabeza, las palabras salen frías y a destiempo. Esas pueden irse pródigas a despilfarrarse en otros reinos. Yo deseo, ahora, que las palabras que nazcan de mis entrañas sean las otras. Las mansas. Las pausadas. Las cocidas en un barro caliente y lleno de humanidad.

Victoria Branca
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