viernes, 14 de septiembre de 2012

¿Quién lee este blog?



Las redes sociales son eso. Redes. Que sirvan para pescar o para enredar depende de algunos factores. De algún modo unen, es verdad, pero también atrapan en sus hilos interconectados dejando a su presa inmersa en un ámbito veloz que se rige por sus propias leyes.
Pareciera que la vida, en estos últimos tiempos, hubiera posado todo su peso en las alas pequeñitas del twitter. Se cita al pájaro azul como fuente fidedigna. Se comentan las opiniones tanto de extraños como de archifamosos. Se busca en su plumaje información constante y sonante. Y, también, se escupe sin asco el malestar propio y ajeno. Primero fue el mail. Después facebook. Y ahora, es el reinado absoluto del ave chimentera.
Así como las tablets van dejando en la funeraria a las tradicionales PC y sus hermanas las laptops y las notebooks, así también el twitter, en su vuelo supersónico, deja al ras del suelo y del olvido a los inventos anteriores.
El blog, según esta carrera desenfrenada, sería una de las invenciones ya obsoletas. ¿Quién tiene tiempo y ganas de leer algo que esté escrito en mucho más que 140 caracteres?
Leer un blog da pereza. Hacer comentarios mucho más. ¿Y quién quiere pasarse más de cinco minutos leyendo algo que podría digerirse en segundos?
El acto de leer está conviertiéndose más en una acción de tragar y deglutir. No hay tiempo de paladear, mucho menos de saborear. Las palabras están siendo devoradas por la urgencia y el desborde. Y salen del organismo como explosiones irreflexivas. Hay que opinar de todo y en caliente. Hay que contar a cada rato lo que se piensa, aunque ello no sea fruto de una introspección serena y profunda. Hay que expresarse sin freno, aunque se haga de manera bestial y desconsiderada. No importa el cómo. La velocidad no contempla delicadezas ni empatía.

Estoy en las redes sociales, luego existo.
La virtualidad me devuelve el protagonismo que me niega, muchas veces, la vida real.
El cyber espacio me saca de cuajo de una existencia que no me está gustando del todo.
Los quichicientos amigos que poseo en mi perfil me hacen olvidar que me siento solo.
La pantalla hace eso, tapa. Quita de la vista. Pone velos. Desdibuja. Me proyecta una vida de fantasía. Me sumerge en un estado de borrachera felíz y placentera. 

La sede de la existencia parece haberse mudado. De la tierra al espacio. De la corporalidad a la virtualidad. De la mirada al espionaje. De la expresión a la impresión. De las palabras al tweet.
Y sí, lo dije en más, mucho más que 140 caracteres.

Victoria Branca

martes, 4 de septiembre de 2012

Las personas mayores nunca comprenden nada


Durante el mal llamado "proceso de reorganización nacional" perpetrado en los años ´70 en Argentina, se prohibió la lectura y difusión de ciertos libros. No eran adecuados para los valores morales y cristianos que pretendía defender a punta de pistola el gobierno militar. Uno de esos libros fue "El Principito", de Saint Éxupéry. Que el autor le haya dedicado el libro al niño que una persona mayor fue en otro tiempo, tal vez haya activado algún recuerdo molesto en los poderosos, algo que es imprescindible dejar allá lejos, bien lejos, para poder actuar con total impunidad. Porque, se sabe, el niño que fuimos siempre está observando con cara de asombro cuando el adulto que somos se desvía irremediablemente del camino que aquél trazó con entusiasmo. Y el adulto, con gesto adusto, se resiste a admitirle la entrada y permanencia a ese niño que aún es; no quiere intromisiones molestas y perturbadoras. Mucho menos si los planes que traza están en franca oposición a los sueños de cualquier niño. ¿Por eso se habrá prohibido al Principito? ¿O tal vez por su excesiva imaginación?
La imaginación, dijo Teresa, es la loca de la casa. ¿Lo creyeron a rajatabla los jurados implacables del leer? ¿O aseverar que las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas puede haber herido la insensibilidad de quienes se adjudicaban las decisiones sobre el leer, un acto tan personal?
Muchos de quienes censuraban la lectura de ciertos libros ni siquiera leían las obras. Les era suficiente con el informe que les hacía llegar el servicio de inteligencia. Las personas mayores nunca comprenden nada...
Otros firmaban los decretos con firme torpeza. E ignorancia. Escribir sobre ciertos asuntos les parecía altamente peligroso. Era necesario confiscar esos papeles letales y hacerlos desaparecer. Tajearlos. Incendiarlos. Hundirlos con piedras en el mar...
Dice el último capítulo del Principito: "Es un gran misterio. Para vosotros, que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido, si o no, a una rosa...
Mirad al cielo. Preguntad: ¡el cordero, sí o no, ha comido a la flor? Y veréis como todo cambia...
¡Y ninguna persona mayor comprenderá que tenga tanta importancia!
No lo comprenderá porque lo esencial es invisible a los ojos. Y sólo se ve bien con los ojos de un niño.

Victoria Branca



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