martes, 22 de enero de 2013

Extra- ordinaria


Luego de un naufragio, un joven queda a la deriva en un bote. No está sólo. Un tigre hambriento pretende salvarse con él. Además de la lucha por la supervivencia, ambos deberán establecer reglas y delimitar territorio si no quieren ser devorados por el otro. O por el mismo mar.
La película nos confronta con la vieja disputa entre la fe y la razón. Las creencias y lo incierto. La lógica y la magia.
El director no busca inclinar la balanza hacia uno u otro lado, sólo muestra, con magníficas imágenes, cómo se desenvuelve la historia.
Extraordinaria.

martes, 1 de enero de 2013

La tristeza tambien es una ola


El tiempo es una invención humana. Los ciclos no se rigen por cronómetros ni relojes, tampoco por el cambio de estación. Las emociones no se atienen a festejos y celebraciones, se mueven a un secreto ritmo independientes de la moda y el qué dirán.
El corazón, ese músculo mágico y misterioso que no descansa jamás, alberga metafóricamente nuestra historia sentiente. Sufre, palpita, anticipa, añora, espera, contiene, ausculta, recuerda...
La alegría, que debiera asistir puntualmente a los festejos de fin de año, se retova, a veces, y nos deja descolocados en medio del brindis y la música estridente. No, no vino. ¿Qué cara se supone que ponga ahora, donde la sonrisa amplia debiera estampar mi cara como un sello inconfundible en estas fechas?
Hay motivos para mi inoportuna melancolía. Hay razones para el latido a destiempo de mi corazón. Hay rostros que ya no están. Abrazos que ya no nos daremos. Nostalgias. Recuerdos así, inoportunos.
Enajenarse con alcohol y desmemoria puede ser un salvoconducto. O una estupidez. Al fin de cuentas las emociones seguirán arremolinándose en mi interior hasta que yo quede flotando inerte sobre ellas. Escaparse. Evadirse. No querer ver.. Artilugios viejos y conocidos que no conducen a otro lugar que la encrucijada. El cruce de caminos donde hay que optar. Incluso la no elección es una opción. La peor de todas.
No hay que seguir al rebaño, me digo. Madurar es eso, empezar a asumir y validar mi sentir propio. El latido que me pertenece. Que palpita así, a destiempo para el afuera, pero a un ritmo perfecto y en sintonía con el adentro. Con su ritmo personal y su particual vaivén. Como el mar, que por momentos se amansa y atempera para luego vigorizarse con toda su fuerza. La nostalgia pasa. La melancolía también. Al fin de cuentas, la tristeza también es una ola.

Victoria Branca
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