lunes, 30 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: La lección más difícil


"Espera, no te duermas. Escuchemos el ritmo de la lluvia."
Juana de Ibarbourou


Decía Elisabeth Kübler Ross que las pérdidas son las lecciones más difíciles de aprender. Tal vez, la prueba más dura que tiene que soportar un ser humano. Pero tarde o temprano todos atravesamos ese bosque en penumbras. No es privativo de unos pocos. Y quienes trascienden el dolor y logran rehacer sus vidas honrando la existencia de quien partió, se convierten en faros vivientes para los que ingresan en el tránsito de la noche. Y se transforman en guías generosos que alumbran el sendero que aún permanece a oscuras para los que comienzan a adentrarse en el territorio del duelo.
Hay cierta sabiduría natural en el ciclo de la vida. Si aprendemos a observar la naturaleza y sus estaciones comprendemos que hay momentos en que las hojas caen para dar vida a nuevos brotes y otros en que el sol se esconde y todo queda en penumbras. Los vientos barren con algunas semillas pero eso no impide que los árboles y las flores sigan multiplicándose y embelleciendo los campos y los parques.
Las mareas son otras grandes maestras. Guiadas por la influencia de la luna, crecen y se abalanzan sobre la arena cubriéndola por completo y luego regresan al mar llevándose consigo parte de la playa.
Todo en la vida son ciclos. Cambio. Movimiento.
La existencia es una rueda que gira incesantemente y lo que a veces está en la cima cae de repente en el abismo. Y no por deseo de venganza de algún dios iracundo o por puro divertimento. No. Es el ritmo natural en el que se mueve el universo y nosotros con él.
La aventura de vivir trae consigo la muerte. No como un castigo, sino como parte inseparable de la existencia. Y todo ocurre a su debido tiempo. Como dice el Eclesiastés:

"Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado; su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz."


Solemos creer que casi todo en la vida está bajo nuestro control. Que somos nosotros los que decidimos cuándo hemos de sentirnos de una manera, cuándo hemos de comportarnos de otra, como si fuésemos pequeños dioses. Pero los duelos no se atienen a esa falsa creencia. So procesos. Y como tales siguen un secreto ritmo. Querer apurarlo para que no nos incomode no hará sino entorpecerlo y, paradójicamente, el duelo se retrasará y durará más de lo conveniente.
Lo mismo sucede con otras emociones. Tragarse los enojos para que los demás no sufran, no nos ayuda en nada. Reprimir la ira creyendo que no está bien manifestar ese tipo de expresiones es nocivo para nuestro cuerpo y nuestro corazón. La ira reprimida termina volviéndose en nuestra contra, ya que salta de manera desproporcionada ante cualquiera o se transforma en odio camuflado hacia nosotros mismos, que se manifiesta muchas veces como depresión.
Las tormentas se caracterizan por estallar en el cielo en poco tiempo. Y cuando se desatan nos parece que el firmamento se nos va a caer encima. Pero luego del estallido furibundo, de la caída copiosa de las lluvias, de los vientos huracanados que parecen derribarlo todo a su paso, vuelve la calma. El cielo se despeja, vemos otra vez el sol.
Nos llevará tiempo recuperarnos de la pérdida. Es un dolor muy profundo. E infinitamente misterioso. Y aunque nos resulte absurdamente incomprensible, forma parte de esta rueda eterna que llamamos vida. Porque así como todo tiene su tiempo bajo el cielo, también lo tiene dentro del corazón.

Victoria Branca
Me hubiera gustado decirte adiós

martes, 17 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Sin palabras


"Corazón mío, palacio viejo, palacio desmantelado, palacio desierto, palacio mudo y lleno de misteriosos silencios"
León Felipe

Una de las penas más grandes que cubren con su sombra la muerte súbita de un ser querido, es no haberle podido decirle adiós. Esta privación a la que nos sometió la vida nos desespera y mantiene abierta la herida por largo tiempo. Sentimos que el corazón nos quedó estaqueado y amordazado en tierra de nadie. Hay tantas cosas que hubiésemos querido decir y no pudimos...
Todo aquello que la muerte silenció queda arrumbado en algun rincón de nuestra alma, y en algun momento tendremos que ir en su búsqueda y darle voz nuevamente aunque el destinatario ya no esté. Decir todo lo que balbucea entre sollozos nuestro corazón, hará que la angustia vaya cediendo y nos permitirá ir limpiando la herida, quitándole aquello que pueda infectarla para que sane poco a poco.
Una manera de despedirnos, dijimos, es a través de una carta. En un lugar tranquilo, a solas, dejando que el corazón se exprese, podemos escribir las palabras que silenció el dolor. Aunque empecemos a hacerlo y las lágrimas no nos permitan ver la hoja con claridad, aunque la tristeza nos invada y pareciera dejarnos sin aire en los pulmones, es liberador sacar hacia afuera todo lo que hubiésemos querido decir y no pudimos. Aún si lo que sale no es lo que esperábamos, abrir el arcón de las emociones es una manera de transitar el duelo de manera sana.
La palabra adicción significa "sin palabras". El adicto es aquél que busca una vía de escape para liberar aunque sea de manera ficticia todo lo que no puede expresar de manera saludable. Cuando silenciamos abruptamente todo lo que sentimos en nuestro interior nos arrojamos, como si fuese un salvavidas, sobre alguna adicción. El cigarrillo, la comida, los medicamentos, el alcohol o cualquier otro tipo de dependencia que calme momentaneamente nuestra pena y disminuya la angustia.
Cuando la pérdida es súbita y quedan muchas cosas por decir, corremos el riesgo de caer en falsas dependencias y de hacer aún más duro y difícil el camino de recuperación. Nos encadenamos a un sufrimiento que nos mantiene prisioneros y comenzamos a creer que no existe cura ni salida.
¿Qué cosas nos ayudan a transitar esta noche oscura sin quedar atrapados para siempre en la oscuridad?
Abrirnos. Confiar. Entregarnos a las manos sanadoras de la vida. Soltar el control. Expresar nuestro dolor sin pudores. De la manera que sea. Ante otro que nos escuche con el corazón en la mano. Ante un abrazo a tiempo. Ante la hoja en blanco que recibirá en silencio nuestras lágrimas hechas tinta. Ante la quietud respetuosa de la naturaleza. Ante nuestro Dios. En un templo. En un rincón de nuestra alma dolorida...
Decir adiós es elegir el camino de la luz en medio de la noche oscura. Es soltar a quien amamos porque confiamos que volvermos a vernos en otro lugar. Y darle lugar al proceso natural de la vida, el de las despedidas.

Victoria Branca
Me hubiera gustado decirte adiós

sábado, 14 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Estaciones


"Si el invierno dijese: la primavera está en mi corazón, ¿quién le creería?
Khalil Gibran


Cada pérdida, se trate de un fallecimiento, de una separación matrimonial, de un exilio, de un embarazo que no llega a término, la ruptura de una amistad, la pérdida de un trabajo, etc., es una pequeña muerte y trae consigo un duelo latente que habrá que transitar.
Elisabeth Kübler Ross, doctora en psiquiatría que dedicó su vida al acompañamiento de enfermos terminales y sus familias, registró las fases por las que se atraviesa un duelo.
Esta es mi versión resumida:

SHOCK: La persona queda como anestesiada. El impacto doloroso se amortigua y uno puede seguir funcionando mientras se realizan las tareas obligadas como el velorio y el entierro.
NEGACIÓN: Se descree de la noticia. No se termina de aceptar lo que está ocurriendo. El dolor no termina de aflorar a la superficie.
EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES: Se siente rabia contra Dios, contra los responsables de la muerte y hasta con el difunto mismo por "haberme abandonado". Se siente miedo, una sensación de desvalía. pueden aparecer síntomas físicos desagradables que le hacen pensar a la persona que se va a morir.
DEPRESIÓN: Es el momento más difícil. La tristeza lo invade todo. La persona siente culpa: "si hubiera estado ahí tal vez esto no habría pasado", "no pude decirle cuánto lo quería", "discutimos antes de que pasara"... No se ve la luz al final del camino. El dolor es profundo y parece que no va a terminar nunca.
ACEPTACIÓN: Sobreviene cuando se ha atravesado el duelo a fondo. Se han expresado toda clase de emociones. La persona acepta que casi nada está en sus manos. Que es la rueda de la vida la que decide en qué momento ha de partir un ser querido. No quedan asuntos pendientes.

Jean Monbourquette, sacerdote y psicólogo canadiense, autor de numerosos libros, hace unos ricos aportes en la descripción del desarrollo del duelo sano. Entre las etapas de la depresión y la aceptación agrega la instancia que tiene que ver con la conclusión de los asuntos pendientes. Allí se realizan las tareas que dejó inconclusas la muerte del ser querido. En esta etapa se concluyen los diálogos que quedaron abiertos. Por ejemplo, se puede escribir una carta expresando todo aquello que quedó sin decir o imaginar que el ser querido está sentado frente a nosotros mientras le hablamos. Se reparten o se regalan las pertenencias, se descuelgan las fotos o se guardan en un álbum especial, etc.
Otra etapa que agrega Monbourquette es la del intercambio de perdones. Por un lado hay que perdonarle varias cosas al que murió. Tal vez que en el momento de su muerte no haya dejado las cosas en orden para nosotroa. O que nos haya dejado con niños pequeños a cargo. O que se haya ido demasiado pronto. O que su muerte haya sido traumática para los que quedamos. Pero también hay que perdonarse a sí mismo. El hecho de no haber estado presente para evitar la muerte. O haber discutido minutos antes de que muriera. O no haberle expresado nuestro amor lo suficiente. O no haberlo cuidado mejor.
El don perfecto. Ese es el significado de la palabra peródn. Darlo y recibirlo, aunque el otro no esté presente, nos liberará de una culpa gravosa. Y hará posible que entremos de nuevo en la corriente de la alegría que es la que sobreviene como regalo cuando se concluye la última etapa: la de la herencia. Aquí, la persona que perdió al ser querido recupera todas aquellas características positivas propias que perdió en el momento de la muerte del otro. Porque cuando un ser querido se va, se lleva consigo partes de nuestra alma. Los que quedamos vivos estamos ausentes a nosotros mismos y exiliamos muchas de nuestras cualidades en algún lugar remoto como una forma de lealtad hacia el que partió. Nos decimos: "no puedo mostrarme alegre, no ahora que tal no está", o "cómo voy a darme este gusto, no me corresponde".
Existe una creencia infantil de que la persona que murió está observándonos con lupa, y que cuanto más afligidos y destrozados nos mostremos será mayor prueba de la magnitud de nuestro amor. Para perpetuar esa creencia dejamos que muchas partes nuestras mueran y queden enterradas.
La etapa de la herencia consiste en restituirse amorosamente lo que uno entregó como ofrenda al que se fue, que no lo necesita. Pero el que queda sí. Es imprescindible para vivir una vida plena, aún a costa del dolor y gracias a él también, que uno integre nuevamente lo que le pertenece a su alma. Es un derecho y el verdadero homenaje al que ya no está. De esta forma, soltamos la atadura que nos retiene al ser querido dejándolo libre para que siga su ascenso y al mismo tiempo nos liberamos de la carga innecesaria para proseguir nuestro camino.

Victoria Branca
Me hubiera gustado decirte adiós


viernes, 13 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Ráfagas


"Somos cual dos silencios separados, partidos, que, si estuvieran juntos, tendrían alegre voz"
Dante gabriel Rosetti


Entre la variedad de pérdidas, las muertes súbitas son las más difíciles de afrontar. Por un lado, porque sobrevienen de la nada, como si sufriésemos un ataque por la espalda, y eso no nos da tiempo para prepararnos. Por el otro, porque nos deja huérfanos en un instante. Sin piedad. Sin vuelta atrás. Por eso, tal vez la representación que nos hacemos de la muerte sea la de un esqueleto vestido de negro que nos acecha. Y lo que sentimos cuando alguien se va de nuestro lado así de pronto es que la guadaña nos cayó encima de un hachazo, desgarrando nuestra vida por donde más duele.
¿Cómo volver a juntar los pedazos en que se hizo añicos nuestro corazón? ¿Cómo recuperarse de este golpe que noquea el alma?
Hay infinidad de libros que proponen recetas para recuperarse de la muerte de un ser querido, pero el texto que se cuela una y otra vez en medio de nuestro dolor es muy distinto. Grita el nombre de aquél que ya no está. Y las preguntas que se abalanzan sobre nuestro pecho se enredan unas con otras sin que seamos capaces de encontrar una respuesta que deshaga tanto nudo. No vemos la luz al final de esa fosa oscura en la que caímos después de la pérdida. Nos parece que la muerte no sólo se llevó lo que más queríamos sino también gran parte de nuestra alma.
El pensamiento agudo del escritor CS Lewis se topa, de repente, con el muro del desconcierto cuando se cuestiona, luego de la muerte de su esposa Joy:

"¿Para qué amar si la pérdida duele tanto? Ya no tengo más respuestas, sólo la vida que he vivido. Dos veces en la vida se me dio a elegir: de niño, y de adulto. El niño eligió la seguridad, el hombre elige el sufrimiento. El dolor que siento ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato."


Y llega a tocar el fondo del abismo cuando expone abiertamente su corazón y describe el proceso de su propio duelo, a un mismo tiempo absurdo y bello:

"Nadie me dijo nunca que la pena se siente casi igual que el miedo. No tengo miedo, pero la sensación es la misma; esa agitación del estómago, esa inquietud, bostezos. Paso tragando saliva. En otros momentos me parece estar ligeramente ebrio; o que me han golpeado. Hay una especie de barrera invisible entre yo y el mundo. Me cuesta absorber lo que dicen los demás. O quizás no quiera escucharlos. Es tan sin interés. Pero deseo que los demás estén cerca. Me aterran los instantes en que la casa está vacía. Si tan sólo hablaran entre sí y no conmigo."


Y luego describe las fases en que cae una y otra vez, sin demasiado orden:

"Anoche regresaron todos los infiernos de la pena joven; las palabras enloquecidas, el amargo resentimiento, el temblor en el estómago, la irrealidad de pesadilla, el hundimiento en las lágrimas. Porque en la pena nada se queda quieto. Uno pasa saliendo de una fase; pero vuelve siempre. Sin pausa. Todo se repite. Voy en círculos. ¿O podré esperar que vaya en espirales? Y si en espiral, ¿subiendo o descendiendo?


Nota al pie: las citas de CS lewis están tomadas de su libro Una pena observada y de la película sobre su vida: Tierra de sombras.


Victoria Branca

jueves, 12 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Algo personal


"Alguna noche en duelo yo encuentro tus pupilas"
Delmira Agustini


Cuando mi padre murió, el mundo dejó de ser para mí un gran campo de juegos y se transformó de súbito en un descampado repleto de peligros. Su muerte, caratulada como "desaparición", fue el preludio de un réquiem silencioso que mi corazón cantaría a escondidas durante mucho tiempo. Yo tenía en ese entonces nueve años.
Corría el año ´77. Eran tiempos en que el silencio era la respuesta adecuada ante el miedo. De la muerte de mi padre no se habló nunca. De cómo había sucedido, menos. Eran detalles que tenían que permanecer detrás del mismo velo difuso en el que desaparecieron tantas personas durante esos años oscuros. Además, todo contribuía a que el misterio se tragara las muestras de dolor pronto, ya que a los desaparecidos no se los vela, ni se los entierra. Simplemente se esfuman de la faz de la tierra como si fuesen fantasmas. Y se alberga la creencia de que el desaparecido sea eso, alguien que anda perdido por algún rincón del mundo y que pueda aparecer mágicamente en cualquier momento.
Pero la realidad se encarga de desbaratar los trucos con que la mente intenta escapar del dolor, y a medida que pasa el tiempo las esperanzas desaparecen también.
¿Qué se hace entonces con el propio sufrimiento? ¿Se lo ahoga en las aguas del olvido? ¿Se lo amordaza y se lo echa en el fondo de un sótano? ¿O le permitimos que nos siga torturando hasta morirnos de pena?
El duelo es el proceso natural que sobreviene a una pérdida. Cuanto antes se inicie más pronto cicatrizarán las heridas. Los ritos que tiene que ver con la muerte contribuyen a dar inicio a este proceso. Pero, ¿qué sucede con los que han sido dados por muertos pero cuyos cuerpos no aparecen ni aparecerán jamás? Por lo pronto no reciben sepultura. Sus restos no "descansan" en ningún lugar, ni existe un cementerio donde se los pueda "visitar". De esta manera el duelo se posterga indefinidamente y el dolor se perpetúa en el tiempo.
Los ritos tienen la cualidad de ser signos concretos que ayudan a concluir los asuntos pendientes y aceleran el proceso de sanación. Asistir al velorio para despedirse, tirar pétalos de rosas sobre el cajón, leer una lectura, celebrar la misa, cantar, son todos gestos simbólicos que contribuyen a dar inicio al duelo y nos ayudan a entrar en el proceso de manera sana.
En mi caso, en que el cuerpo de mi padre nunca apareció y no pudo realizarse el rito de cierre correspondiente como es el entierro, el duelo se perpetuó en el tiempo y mi herida se mantuvo artificialmente tapada durante muchos años. No pude transitar la despedida de manera adecuada y cada nueva pérdida a la que me sometía la vida obraba como avispero, reviviendo el dolor y volviendo a abrir la herida que aún supuraba.
En los entierros de otras personas a los que asistía, lloraba no sólo por el que acababa de morir, sino también por mi padre. Fui, entonces, realizando el proceso en cuotas o pequeñas dosis y alargándolo más de lo necesario.
Cuando no se puede iniciar un duelo de manera natural hay que iniciarlo de manera creativa. Si no, es la vida la que se encarga de ubicarnos de alguna manera en la senda por donde transitan las despedidas. En cuanto a la manera de decirle adiós a mi padre, realicé, muchos años después de su muerte, un ritual casero. Una tarde fui al Delta, en Tigre, y después de haberle hablado en el corazón arrojé una vela flotante al río. De esa manera di por concluido un duelo que se había prolongado indefinidamente y me impedía cerrar una herida profunda. Fue mi manera de poner en palabras y gestos lo que el espanto pretendía dejar mudo para siempre. Y de empezar a recuperar esas partes mías que yo había exiliado inconscientemente lejos de mi alma.

Victoria Branca
Me hubiera gustado decirte adiós

miércoles, 11 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Introducción


"Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto"
Antoine de Saint-Exupery


Todo en la naturaleza nos muestra que la vida se rige por ciclos. Que lo que nace se desarrolla y luego muere. Que la primavera está precedida por el invierno y que aunque al verano le sigue el otoño, las hojas no sólo caen en esa estación. Nadie escapa a la sentencia universal que dice que un día nosotros también tendremos que morir. Sin embargo, la muerte de un ser querido nos saca de cuajo de esa armonía en la que aparentamos cohabitar con la naturaleza. Más aún si la muerte se presenta de manera repentina y absurda.
Las muertes súbitas son parte de la vida. Pero no por ello dejan de desgarrarnos el corazón. Nadie nos prepara para semejante cimbronazo. Nada nos anuncia la llegada de este vendaval que es capaz de sacudir hasta nuestros cimientos más profundos.
La pérdida súbita de alguien a quien amamos obra como un rayo iracundo que parte en dos nuestra existencia. La noticia de la muerte nos parece una broma de mal gusto. No terminamos de creer que ya no esté. ¿Cómo puede ser? Debe haber un error, nos decimos, mientras atinamos a mantenernos en pie sobre un suelo que ya no parece sostenernos como antes.
Pero en poco tiempo lo que nos resulta ficción se viste de gris realidad. Lo que jamás creímos que pudiese ocurrirnos está sucediendo. Sí, la muerte vino a visitarnos sin aviso y raptó como un vil ladrón a quien tanto queríamos. En realidad, a quien tanto queremos, porque aunque la persona ya no está viva, el amor que sentimos sigue ardiendo en nuestro corazón con la misma intensidad. Y quema.
¿Qué se hace con todo ese amor que aún sigue vivo dentro de nosotros? ¿Y con esta inmensa pena que el corazón no es capaz de contener?
¿Por qué obra la vida de manera tan absurda? ¿Por qué se lleva vidas de manera tan cruel?

Victoria Branca
Me hubiera gustado decirte adiós

martes, 10 de julio de 2012

El padre Alberto


Ya no recuerda cuál fue el momento exacto en que decidió abandonarlo todo. Su casa paterna, el club, el fútbol de los miércoles, las caricias de una mujer...  Sólo sabe, y ésto lo recuerda bien, que fue aquél libro, que ahora descansa en un estante alto de la biblioteca, el que le hizo trastabillar la existencia. Un libro de Cronin. Un relato pacífico y austero de esa vida que el quería vivir a pleno.
Si el reino tiene una puerta de acceso es claro que debe tener, también, un par de llaves para abrirla. Y él dedicaría las horas de cada jornada a orar en silencio para ser merecedor de esas llaves.
La renuncia se sostiene si hay una razón fuerte y unas motivaciones claras, se dijo, mientras ingresaba por la puerta del costado del seminario. Cargaba sólo un bolso de cuero gastado. Las pocas pertenencias que llevaba no superaban los veinte artículos, entre camisas de manga corta, un suéter de cashmere bordeaux, pares de medias tres cuartos, un pijama inglés, una bufanda que le había tejido una de sus hermanas, su biblia, un estuche de gamuza que oficiaba de neccesaire, su radio portátil, tres calzoncillos tipo boxer, unas zapatillas viejas, un jogging azul marino y ése, el libro que le permitiría pasar una larga temporada en el cielo.
Acató cada una de las reglas impartidas por su obispo. Se integró al grupo de jóvenes que, como él, prefirieron desposar a Cristo y no a una mujer.
Oró. Ayunó. Confesó sus faltas. Hizo penitencia. Añoró...
Los años se volvieron rutinarios y mecánicos. Misas apenas despuntaba el alba. Lectura de pasajes bíblicos para adornar sus sermones. Confesiones, ya no de sus pecados, sino de los que le confesaban con remordimiento los demás. Los fieles temerosos del castigo divino.
El entusiasmo de los primeros años bajó en intensidad. Ahora se trataba de un compromiso asumido. De ser capaz de responder a una elección libre animada por el espíritu.
Las cenas dejaron de ser frugales. Él también podía degustar un buen vino. Una pizza de pepperoni. Unas pastas aglio e ólio. Una buena película de moda.
Las añoranzas se convirtieron en deseos urgentes. El silencio dejó de ser el preludio de la palabra sabia y certera. Se transformó en otra cosa.
Ya estaba grande, ¿cómo iba a seguir profesando una fe tan infantil? El suyo era un trabajo como cualquier otro. Con metas, objetivos, estrategias, negociaciones. Como cualquier mortal.
Ante la propuesta, no dudó. El reino, se dijo, puede esperar.


Victoria Branca 


martes, 3 de julio de 2012

El libro le habla a uno


"Todo el que escribe una obra creativa sabe que uno se abre, se entrega, y el libro le habla a uno y se construye a sí mismo. En cierta medida uno se convierte en el portador de algo que le es dado desde un sitio que se ha caracterizado como de las musas, o, en idioma bíblico, Dios. Esto no es una fantasía, es un hecho. Dado que la inspiración viene del inconsciente, y dado que las mentes inconscientes de los miembros de cualquier sociedad pequeña tienen mucho en común, lo que el vidente o chamán saca a la luz es algo que estaba esperando ser extraído en todos."

Joseph Campbell
El poder del Mito
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