martes, 10 de julio de 2012

El padre Alberto


Ya no recuerda cuál fue el momento exacto en que decidió abandonarlo todo. Su casa paterna, el club, el fútbol de los miércoles, las caricias de una mujer...  Sólo sabe, y ésto lo recuerda bien, que fue aquél libro, que ahora descansa en un estante alto de la biblioteca, el que le hizo trastabillar la existencia. Un libro de Cronin. Un relato pacífico y austero de esa vida que el quería vivir a pleno.
Si el reino tiene una puerta de acceso es claro que debe tener, también, un par de llaves para abrirla. Y él dedicaría las horas de cada jornada a orar en silencio para ser merecedor de esas llaves.
La renuncia se sostiene si hay una razón fuerte y unas motivaciones claras, se dijo, mientras ingresaba por la puerta del costado del seminario. Cargaba sólo un bolso de cuero gastado. Las pocas pertenencias que llevaba no superaban los veinte artículos, entre camisas de manga corta, un suéter de cashmere bordeaux, pares de medias tres cuartos, un pijama inglés, una bufanda que le había tejido una de sus hermanas, su biblia, un estuche de gamuza que oficiaba de neccesaire, su radio portátil, tres calzoncillos tipo boxer, unas zapatillas viejas, un jogging azul marino y ése, el libro que le permitiría pasar una larga temporada en el cielo.
Acató cada una de las reglas impartidas por su obispo. Se integró al grupo de jóvenes que, como él, prefirieron desposar a Cristo y no a una mujer.
Oró. Ayunó. Confesó sus faltas. Hizo penitencia. Añoró...
Los años se volvieron rutinarios y mecánicos. Misas apenas despuntaba el alba. Lectura de pasajes bíblicos para adornar sus sermones. Confesiones, ya no de sus pecados, sino de los que le confesaban con remordimiento los demás. Los fieles temerosos del castigo divino.
El entusiasmo de los primeros años bajó en intensidad. Ahora se trataba de un compromiso asumido. De ser capaz de responder a una elección libre animada por el espíritu.
Las cenas dejaron de ser frugales. Él también podía degustar un buen vino. Una pizza de pepperoni. Unas pastas aglio e ólio. Una buena película de moda.
Las añoranzas se convirtieron en deseos urgentes. El silencio dejó de ser el preludio de la palabra sabia y certera. Se transformó en otra cosa.
Ya estaba grande, ¿cómo iba a seguir profesando una fe tan infantil? El suyo era un trabajo como cualquier otro. Con metas, objetivos, estrategias, negociaciones. Como cualquier mortal.
Ante la propuesta, no dudó. El reino, se dijo, puede esperar.


Victoria Branca 


3 comentarios:

Sol dijo...

excelente!

Anabella dijo...

Hola!!
tanto tiempo sin pasar...la verdad que lindo leerte y este don inmenso que tenes de expresar tanto!
un abrazo desde Roma
Anabella

Jenny H. dijo...

Precioso... Gracias Victoria por compartirlo. Estuve de viaje y añore visitarte.

Un fuerte abrazo,

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Un arma poderosa

Un arma poderosa