sábado, 14 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Estaciones


"Si el invierno dijese: la primavera está en mi corazón, ¿quién le creería?
Khalil Gibran


Cada pérdida, se trate de un fallecimiento, de una separación matrimonial, de un exilio, de un embarazo que no llega a término, la ruptura de una amistad, la pérdida de un trabajo, etc., es una pequeña muerte y trae consigo un duelo latente que habrá que transitar.
Elisabeth Kübler Ross, doctora en psiquiatría que dedicó su vida al acompañamiento de enfermos terminales y sus familias, registró las fases por las que se atraviesa un duelo.
Esta es mi versión resumida:

SHOCK: La persona queda como anestesiada. El impacto doloroso se amortigua y uno puede seguir funcionando mientras se realizan las tareas obligadas como el velorio y el entierro.
NEGACIÓN: Se descree de la noticia. No se termina de aceptar lo que está ocurriendo. El dolor no termina de aflorar a la superficie.
EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES: Se siente rabia contra Dios, contra los responsables de la muerte y hasta con el difunto mismo por "haberme abandonado". Se siente miedo, una sensación de desvalía. pueden aparecer síntomas físicos desagradables que le hacen pensar a la persona que se va a morir.
DEPRESIÓN: Es el momento más difícil. La tristeza lo invade todo. La persona siente culpa: "si hubiera estado ahí tal vez esto no habría pasado", "no pude decirle cuánto lo quería", "discutimos antes de que pasara"... No se ve la luz al final del camino. El dolor es profundo y parece que no va a terminar nunca.
ACEPTACIÓN: Sobreviene cuando se ha atravesado el duelo a fondo. Se han expresado toda clase de emociones. La persona acepta que casi nada está en sus manos. Que es la rueda de la vida la que decide en qué momento ha de partir un ser querido. No quedan asuntos pendientes.

Jean Monbourquette, sacerdote y psicólogo canadiense, autor de numerosos libros, hace unos ricos aportes en la descripción del desarrollo del duelo sano. Entre las etapas de la depresión y la aceptación agrega la instancia que tiene que ver con la conclusión de los asuntos pendientes. Allí se realizan las tareas que dejó inconclusas la muerte del ser querido. En esta etapa se concluyen los diálogos que quedaron abiertos. Por ejemplo, se puede escribir una carta expresando todo aquello que quedó sin decir o imaginar que el ser querido está sentado frente a nosotros mientras le hablamos. Se reparten o se regalan las pertenencias, se descuelgan las fotos o se guardan en un álbum especial, etc.
Otra etapa que agrega Monbourquette es la del intercambio de perdones. Por un lado hay que perdonarle varias cosas al que murió. Tal vez que en el momento de su muerte no haya dejado las cosas en orden para nosotroa. O que nos haya dejado con niños pequeños a cargo. O que se haya ido demasiado pronto. O que su muerte haya sido traumática para los que quedamos. Pero también hay que perdonarse a sí mismo. El hecho de no haber estado presente para evitar la muerte. O haber discutido minutos antes de que muriera. O no haberle expresado nuestro amor lo suficiente. O no haberlo cuidado mejor.
El don perfecto. Ese es el significado de la palabra peródn. Darlo y recibirlo, aunque el otro no esté presente, nos liberará de una culpa gravosa. Y hará posible que entremos de nuevo en la corriente de la alegría que es la que sobreviene como regalo cuando se concluye la última etapa: la de la herencia. Aquí, la persona que perdió al ser querido recupera todas aquellas características positivas propias que perdió en el momento de la muerte del otro. Porque cuando un ser querido se va, se lleva consigo partes de nuestra alma. Los que quedamos vivos estamos ausentes a nosotros mismos y exiliamos muchas de nuestras cualidades en algún lugar remoto como una forma de lealtad hacia el que partió. Nos decimos: "no puedo mostrarme alegre, no ahora que tal no está", o "cómo voy a darme este gusto, no me corresponde".
Existe una creencia infantil de que la persona que murió está observándonos con lupa, y que cuanto más afligidos y destrozados nos mostremos será mayor prueba de la magnitud de nuestro amor. Para perpetuar esa creencia dejamos que muchas partes nuestras mueran y queden enterradas.
La etapa de la herencia consiste en restituirse amorosamente lo que uno entregó como ofrenda al que se fue, que no lo necesita. Pero el que queda sí. Es imprescindible para vivir una vida plena, aún a costa del dolor y gracias a él también, que uno integre nuevamente lo que le pertenece a su alma. Es un derecho y el verdadero homenaje al que ya no está. De esta forma, soltamos la atadura que nos retiene al ser querido dejándolo libre para que siga su ascenso y al mismo tiempo nos liberamos de la carga innecesaria para proseguir nuestro camino.

Victoria Branca
Me hubiera gustado decirte adiós


4 comentarios:

Fe r dijo...

Gracias, Victoria, por compartir esto en tu blog. Estoy transitando una especie de duelo por haber perdido la buena salud, y me hace bien saber que al final llega la aceptación. Ojalá llegue la sanación con ella. Por ahora estoy enojada y triste.

Un beso.

laura dijo...

yo tengo que volver a leer este libro urgente, a ver si se me aclara la cabeza, las cosas no me están saliendo bien, creo q me estanqué

besos Victoria y gracias de versd

valentina dijo...

Muchas gracias Victoria por darnos a conocer tu libro, por tu generosidad, es de gran ayuda.
Al leer pude darme cuenta de muchas cosas que han sido difíciles para mí...cuesta incluso comentarlo, asumirlo, reconocerlo, perdonarse, pero me agarro al AMOR.

Un beso
Valentina

elultimorejondeltarro dijo...

que lindo post. gracias! me hizo muy bien leerlo. no tengo palabras que expliquen lo que me cuestan las perdidas. nuevamente gracias!

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