miércoles, 25 de abril de 2012

Un testigo privilegiado
















El lunes participé de la conferencia que Alberto Manguel, lector personal de Borges, dio en la Feria del Libro. Manguel no es popular. En una sala con capacidad para doscientas personas apenas completábamos ciento y pico.
Manguel no es best seller por estas latitudes. Sus libros no se encuentran sobre las mesas atestadas de esos ejemplares que hay que leer porque se acaba el mundo, y en ese frenesí histérico más vale tragarse todo lo que pueda salvarnos de un vacío irremediable.
De eso habló, en parte, Alberto Manguel. De los libros que dejan de ser alimento para el espíritu y se convierten, en manos de hábiles mercaderes y comerciantes, en objetos de consumo. El marketing dicta y la avidez consumista responde.
Lúcido y sereno,  Manguel le quitó ese barniz plástico y artificial al libro y lo tomó delicadamente entre sus manos. Fue pasando sus páginas con reverencia, deteniéndose en aquellos pasajes que conmueven al alma. Porque el libro, en manos de un verdadero lector, es una puerta abierta a infinitos mundos. Un testigo privilegiado y discreto del infinito sentir humano.
Leer otorga mágicos poderes, confió Manguel,  como la capacidad de eliminar barreras temporales y espaciales. No importa si esa historia que se desarrolla ahora ante mis ojos y entre mis manos ocurrió hace miles de años, es real aquí y ahora para mi, lector, que, ensimismado, no distingue ya entre pasado, presente y futuro. Todo ocurre en ese instante fugaz y eterno en el que el tiempo se detiene. Como si hubiese sido hechizado por la vara certera de las palabras.
Leer también refleja lo que nos pasa en el espejo de lo que dice el texto que otro, que no soy yo, pero que también soy yo, revela ante mí en sus palabras. Se produce una vía de comunicación fluída, íntima, verdadera, entre quien escribe y quien vivencia lo escrito.
Y leer, además, otorga el poder de entrever intuitivamente la inminencia de una revelación que no se produce (Borges dixit)
Son tantos los vericuetos, pasadizos, puertas secretas, mirillas, huecos, adonde nos conduce la magia de la lectura que sería imposible captar las realidades que nos presenta en su totalidad.
Pero como en todo viaje, lo importante no es la meta sino la manera de viajar (Stevenson dixit)

Victoria Branca

2 comentarios:

Jenny H. dijo...

Hola Victoria...

Amo leer, me encanta el olor a papel, el ruido de las hojas, el sentido de pertenencia que me da un buen libro...

Hay libros que me han cautivado, y no dudo en recomendarlos, y muchas veces me he encontrado con la sorpresa que nadie mas siente o les transmite lo mismo que a mi... creo que soy facil de enamorarme de una buena lectura... me declaro culpable.

María Luisa dijo...

Gracias Victoria desde Rosario, deseaba estar en esos tres días en que diferentes autores se ocupaban de la lectura específicamente, en tre ellos Manguel, otro Pennac...
Para los que no vivimos en Buenos Aires, imposible estar todos los días.
De Manguel, guardo en mi Biblioteca "Historia de la lectura"
me apena como considera a la Argentina, como país ya sin retorno (no sé si no tendrá razón)...la siente lejos, y está muy lejos...Me necanta de ese libro, su cita sobre un precioso trozo de Virgina Woolff, sobre la envidia del Señor compartiendo con Pedro la llegada al cielo de aquellos que llegan con los libros bajo el brazo "les gustaba leer"

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