lunes, 15 de febrero de 2010

Entre Ángeles


















La semana pasada fui a ver la muestra "Los ángeles de Manucho" en Villa Ocampo.
Entre llevadas y traídas de hijas que rinden materias a destiempo, me encontré con la bandera de mi auto-remise detenida, y en lugar de estacionarme bajo algún árbol frondoso a dormir una siesta para hacer honor al sindicato, enfilé hacia las Barrancas de Beccar hasta la calle Elortondo.
Llegué pasadas las dos de la tarde, compré mi ticket en la entrada y subí las escalinatas que sostuvieron los pies de poetas como Tagore y Gabriela Mistral, próceres de las letras como Borges o Camus y músicos inspirados como Stravinsky.
Hacía calor. La humedad me siguió hasta el final de la escalera cuando traspuse una puerta de vidrio y pude acceder a la zona climatizada donde está el pequeño restaurant y la sala principal.
La poca gente que había almorzaba así que tuve el privilegio de recorrer la muestra a solas. O, más bien, rodeada de esos ángeles invisibles pero perceptibles cuyos rostros se espejaban en las fotos tomadas por Raúl Shakespear que ahora colgaban en silencio de las paredes de la casa de Victoria.
Mujica Láinez estaba diseminado en letras manuscritas, y ordenado en los textos que ilustran las imágenes.
"Los querubines se detenían sobre una ventana, abiertas las alas pequeñas bajo el rostro infantil, y miraban a los transeúntes..."
Yo era un transeúnte en esas dos salas, abriéndome paso bajo el aleteo mudo de esos seres que tanto me fascinan, y que tanto me han cobijado en mi vida.
Antes de abandonar la casa, y después de tomar algo fresco en la galería mirando al jardín, copié una frase que me gustó especialmente.
Habla de Buenos Aires. De su nombre. De su significado.
Dice:

Buenos Aires olvida cada vez más que se llama Santa María; que tiene un nombre misteriosamente vinculado con la idea de Anunciación, un nombre para que los ángeles lo pronuncien, Dios te salve.
Lo olvida, mientras la absorben preocupaciones harto diversas, nada angelicales...


Tal vez esa tarde, entre preocupaciones harto diversas, un ángel pronunció mi nombre. Y yo lo escuché.

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