jueves, 18 de febrero de 2010

Gandhi


















Nunca le gustó que lo llamaran maestro y, sin embargo, lo fue y a lo grande.
Nació en Porbandar y allí pasó su infancia.
Fue obligado a casarse a los trece años y, aunque deploró abiertamente que sus padres lo hubieran iniciado en el matrimonio a tan tierna edad, aprendió a amar a su esposa en cuerpo y alma.
Se recibió de abogado. Tuvo hijos. Viajó por el mundo.
Cultivó la austeridad y el despojo. Aprendió a domesticar sus pasiones.
Durante mucho tiempo vaciló entre el hinduísmo y el cristianismo hasta que optó por abrazar su religión de origen.
Estuvo preso. Oró y ayunó. Pero no de manera masoquista ni ejemplificadora, sino para seguir trabajando consistentemente sobre sí mismo.
No se consideraba culto y sin embargo su sabiduría simple y profunda se expandió sin límite, por todas las culturas.
Su vida no tenía secretos. Sí una hondura luminosamente atractiva.
Fue humilde y humano hasta la médula.
Combatió la violencia con la irracionalidad más grande: la no-violencia. Y cuando sus seguidores lo adoraron y ensalzaron respondió tranquilamente: "Nada nuevo tengo que enseñar al mundo. La verdad y la no-violencia se remontan a la noche de los tiempos."

2 comentarios:

Carol de Jong dijo...

Bello ser humano...
besos
Carol

Anónimo dijo...

EL tipo que admiro.

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