lunes, 13 de julio de 2009

Neftalí: un cuento

Dedicado a Pablo Neruda

Los pájaros cantaban sin pausa. El alegre coro era la llamada perfecta para que Neftalí saltara de su cama y corriera escaleras abajo, hacia el patio.
Comenzaba la primavera, y los primeros vientos cálidos eran ráfagas de infinita inspiración para el joven poeta. Él no pensaba desaprovecharlos y, sin haber desayunado, se ubicaba sobre un banco despintado, bajo el frondoso árbol, a escribir. Mientras su mano iban trazando frases que se sucedían, alocadas, sobre el papel, Neftalí imaginaba el rostro de su musa que le sonreía detrás de las hojas. Su musa... No siempre era la misma. Cada una de ellas ocupaba el cetro hasta que el ardor se desvanecía.
"Un poeta", escribía el joven, "no puede permanecer atado a una misma fuente de inspiración durante mucho tiempo; pues las emociones pierden sus fuerza, diluyen su encanto, si el amor efervescente no lo impregna todo. ¿Y dónde surge un enamoramiento así si no es en los comienzos de una relación amorosa?
Son los inicios los que encienden las palabras. Son los besos primeros los que hacen estallar los versos más dulces. Son las caricias anheladas las que palpan el corazón. Y es el deseo, ese invento sagrado, el que teje las rimas más bellas.
Es el amor, bendito verbo, el que me transporta a ese cielo transparente de miradas, donde mis ojos se adentran en las profundidades del alma.
Y son mis manos, conducidas por un ángel narrador, las que acercan a ese paraíso a los mortales. Yo fui mortal alguna vez. Pero ya no.
Me han hecho inmortal las palabras. Me ha hecho eterno la poesía.
Por eso no temo beber en nuevas fuentes, pues el agua es siempre la misma.
Mi sed ya ha sido saciada infinitas veces.
Con apasionados besos, las musas han llenado mi boca de vertientes deliciosas. Y han hecho de mi cuerpo un altar, donde adoran a mi creador.
Son ellas regalos preciosos, que yo he sabido agradecer. Mi gratitud se escribe con versos que yo recito las noches de luna llena a todas ellas; y a todas las mujeres que habitan la tierra con el corazón abierto.
Ellas también me oyen y yo las beso a través del viento, llevándoles música a sus pechos somnolientos.
Las delicadas féminas danzan para mí entonando cantos de vida nueva. Se dan a luz en medio de la noche, mientras yo sostengo sus manos y las aliento a que nazcan de nuevo. Ése soy yo. El partero del amor. El médico de las almas cansadas. El amante alegre, que vierte vino de rosas en sus vientres.
Y la tierra se puebla de poetas. Ya no soy el único trovador. La tierra entera canta con latidos recién estrenados. El cielo alumbra nuestra danza, nuestra fiesta. Las estrellas rocían sus brillos plateados sobre las praderas.
Baile, música, poesía... ¿qué más, !oh dioses!, nos habrán de obsequiar?"

Neftalí permanece absorto en su escritura.
Hace horas que escribe sin pausa. Profusamente. Apasionadamente.
No ha desayunado. Parece que las palabras fueran alimento suficiente.
El sol se yergue sereno sobre su cabeza. Él, sigue sentado a la sombra del gran árbol. Los pájaros han cesado su canto, pero la música sigue sonando en los oídos del poeta. Como la danza. Como la fiesta. Las musas lo han tomado entre sus brazos y no se sabe a qué hora habrá de regresar.

Victoria Branca

Este es uno de los cuentos de mi
libro, Con los pies desnudos

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